Los Veintisiete llegaron al tramo final de agosto con los deberes hechos: las reservas estratégicas de gas natural alcanzaban el 90%, cumpliéndose así el mandato del Ejecutivo comunitario varias semanas antes de lo previsto. Cuatro meses y medio después —y un otoño de alto consumo mediante—, la foto fija es bien distinta: aunque los depósitos siguen en niveles relativamente saludables, todavía por encima del 70%, el aumento del consumo en los últimos meses ha provocado uno de los descensos más abruptos desde que hay registros. Un vaciado, en fin, similar al de 2021, en los albores de la crisis energética.
Los almacenamientos europeos tienen hoy a resguardo 84 millardos de metros cúbicos (bcm) de gas natural, 20 menos que hace justo un año y 15 menos que dos años atrás, en plena crisis de precios y con los países del Viejo Continente agobiados por la seguridad de suministro. En parte, por un otoño algo más fresco en algunas demarcaciones europeas, lo que ha obligado a quemar algo más de combustible en las calefacciones, que suponen aproximadamente un tercio del consumo total pero que en estas fechas superan el 50%; en parte, por un noviembre marcado casi de principio a fin por el dunkenflaute, el germanismo con el que se conoce los periodos de bajas temperaturas sin viento, en los que las renovables cubren una pequeña parte del consumo total y en los que las centrales de ciclo combinado se ven obligadas a quemar mucho más gas que de costumbre.
“Las temperaturas están siendo más bajas de lo esperado, y eso explica que las salidas de los almacenamientos subterráneos en noviembre hayan sido las más altas desde 2012″, apunta Pedro Cantuel, analista del grupo energético Ignis.
Los niveles actuales de llenado están lejos de ser alarmantes: son, según todas las fuentes consultadas, más que suficientes para superar sin estrecheces lo que resta de temporada de frío. Pero obligarán, también, a un sobreesfuerzo en la temporada de inyección, en primavera y verano, para asegurar un colchón holgado de cara al próximo invierno. “Lo más importante ahora mismo es llegar bien a marzo y abril, y parece que se conseguirá”, proyecta Gonzalo Escribano, investigador principal del Real Instituto Elcano. “Pero, con las reservas más bajas de lo esperado, los precios subirán cuando haya que llenarlos de nuevo”, augura por teléfono.
Visto el rápido vaciamiento en otoño, a finales de noviembre la Unión Europea elevó en cinco puntos porcentuales su objetivo para el próximo 1 de febrero: del 45% al 50%. “Es una buena medida precautoria”, valora Escribano. “Pero también aumentará la presión sobre los precios: la seguridad adicional de suministro no es gratis”, recuerda el director del Programa de Energía y Cambio Climático del centro de estudios español. “La cuestión más importante es que en las últimas semanas el vaciado ha sido muy rápido y que las previsiones meteorológicas apuntan a un invierno algo más frío que los pasados, que han sido bastante cálidos”, especifica.
¿Es el 71% actual una cifra lo suficientemente saludable a estas alturas del año, con gran parte de la temporada de frío aún por delante? “No es fácil responder a esa pregunta: la demanda ha caído con fuerza [a raíz de la crisis de precios], pero, a la vez, el creciente peso de las renovables en el sistema eléctrico obliga a una mayor flexibilidad cuando se dan episodios de dunkenflaute”, opina Katja Yafimava, analista del Instituto de Estudios Energéticos de la Universidad de Oxford y una de las voces más autorizadas en el sector gasista. “Y esa flexibilidad solo la dan el gas natural licuado [GNL, cargamentos de combustible que viajan congelados a bordo de barcos metaneros y que han sido fundamentales para que Europa haya podido capear la crisis] y los almacenamientos”, expone.
Al cóctel se le ha sumado, el día de Año Nuevo, la confirmación del cese hasta nueva orden del suministro de gas ruso a Europa a través de Ucrania. Aunque descontado desde hace semanas, cuando el Gobierno de Volodímir Zelenski reiteró su negativa a negociar un nuevo contrato con Gazprom, trastoca a países como Hungría y Eslovaquia, que hasta la semana pasada aún recibían notables volúmenes de gas desde el gigante euroasiático, y, también, al conjunto de los Veintisiete. “Afecta mucho a los almacenamientos: al no entrar apenas gas por tubo [desde Rusia], las reservas van a tener una importancia mucho mayor”, desarrolla Escribano.
El fin del gas ruso a través de Ucrania —”veremos si para siempre o si se alcanza un acuerdo en una fecha posterior”, desliza la investigadora de Oxford— añade, además, un punto de presión sobre las reservas, en tanto que los países tendrán la tentación de tirar por tomar el camino aparentemente más sencillo: echar temporalmente mano de ellas en lugar de abonar el sobrecoste inherente a las nuevas fuentes de aprovisionamiento. Y abre la puerta, en palabras de Yafimava, a nuevas “medidas intervencionistas” encaminadas a preservar un nivel adecuado de llenado.
La sustitución más lógica del gas que llegaba a través de Ucrania —en cantidades muy inferiores a las de hace unos años, pero aún relevantes: cubrían cerca del 5% de la demanda europea— es el GNL. Procedente de Estados Unidos, Qatar o Australia —los tres mayores exportadores mundiales— o, paradójicamente, desde la propia Rusia, que ha multiplicado sus exportaciones de gas licuado a la UE desde que Vladímir Putin dio la orden de invadir el país vecino contraviniendo todos los preceptos de la legalidad internacional.
No se antoja sencillo. “La capacidad mundial de GNL no crecerá hasta 2026, así que los compradores europeos tendrán que competir con los asiáticos por los cargamentos ya existentes”, apostilla Yafimava por correo electrónico. Más competencia es, casi siempre, sinónimo de precios más altos. Con contendientes duros de roer: China es el mayor comprador mundial de gas licuado, seguido por Japón, Corea del Sur y la India.